miércoles, 8 de julio de 2009

Lo que soy, lo que no...

Saco todas mis escrituras de cajas prolijamente desordenadas (el acto consiste en una abstracción, suelo desovillar penumbras con las cuales construyo ecuaciones filosóficas, conozco el sistema).

Estas prácticas son frecuentes desde que era adolescente, he llenado cuadernos producto de mis trances de escritura automática, el áureo espantajo, con su paraguas imposible, lo dibujó mi mujer cuando era niña, a veces recaigo en herramientas prehistóricas, comúnmente bastardeadas por aquellos que suelen trabajar con imágenes o diseños, lo que convierte mi elección en una pequeña parábola irónica (por cierto, mi despreocupación es demencial). Las fotos del mar las saqué en el mar, las huellas son mías, los puntos suspensivos también.

Por lo demás, me armo de la palabra, escribo porque todo me pertenece, sé que es otro el que teclea en el teclado, el que declama en hora nocturna, el que suele callar cada intromisión desmedida, cada relámpago.

Como si apenas lo conociera, esa sombra engalana mis horas más austeras, y en ocasiones se ríe de mis intentos literarios.

Creo que afuera la noche se inclina.


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