viernes, 17 de julio de 2009

Sueños que no recordamos

El otro día tuve un sueño, había alguien vestido de blanco, un heresiarca rodeado de pigmeos, quien anotaba frases en una hoja, alcancé a leerlas, pero algo me hizo olvidarlas. Recuerdo que le dije al bufón que entregó mis versos, que lo que estaba leyendo aquel hechicero no eran los originales, el pequeño hombre me contestó: “ya es tarde”. Esta figura errante recorrió las páginas de aquel libro, el que no llegué a quemar, y después alardeó con ganas sobre el resto de los poemas, mencionó el anacronismo y la ingenuidad, pero otros versos no fueron descartados y los agregó a su “antología”.

No puedo entender que es lo que hay detrás cuando, en un sueño, alguien que nunca conoceremos nos dicta palabras de un poema que tal vez nunca escribamos despiertos ¿Qué hace que recordemos un papel con anotaciones? ¿Quién lo dicta? ¿Por qué?

Hay un caso conocido, reseñado por Borges en sus clases de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, que tuvo por destinatario a Samuel Taylor Coleridge. En un sueño le fueron dictadas las parábolas de un poema impreciso, Coleridge recordó el poema, y empezó a transcribirlo, en eso un granjero, posiblemente el campesino más odiado de la literatura inglesa, interrumpe al genial poeta contándole banalidades de la chacra, para cuando Coleridge se pudo librar de su presencia, el poema había sido olvidado.

Se decía que Jim Morrison comentó que tenía todo un concierto en la cabeza, que nunca pudo recrear. Para los pintores probablemente se trate de recordar la penumbra que pobló la urdimbre de lo soñado. De un cuadro de Monet se dijo eso, que era el recuerdo de un sueño.

No volví a ver al heresiarca, prefiero creer que esas palabras fueron escritas en el agua, cada tanto algunos pájaros cruzan el crepúsculo dejando una estela borrosa, extendiéndose hasta el horizonte, luego beben en el arroyo y continúan su camino.

El poema continúa en esa parte, donde todo es amarillo, como si alguien lo estuviera pintando.


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